» EL DIA EN QUE ROGER CALOIS DECUBRIO A PORCHIA, POR EL PROF. WALTER ROMERO»

El día en que Roger Caillois descubrió a Antonio Porchia por Walter Romero.
Conferencia dictada en la sede boquense de la Agrupación Impulso a propósito del estreno del cortometraje en homenaje a Antonio Porchia a cargo de Eduardo Alvelo.

1. Roger Caillois (1913-1978) nació en Reims y fue el principal divulgador de las letras hispanoamericanas que haya tenido el mundo francófono en la primera mitad del siglo XX. Caillois fue un pensador imaginativo, heterodoxo, múltiple. A sus manos cayó un ejemplar de Voces de Antonio Porchia (1885-1968) que se encargó muy bien de difundir en el ámbito francés —y en todo el mundo— ese pequeño, enigmático y acaso esotérico libro. Se tilda a Caillois de ser un crítico no sistemático, pero justamente esa curiosidad heteróclita acaso logró que diera con Voces.

2. Fue Victoria Ocampo quien conoce a Caillois en Paris a comienzos del ’39, cuando el crítico no tenía ni treinta años. Victoria lo invita a Buenos Aires. Caillois llega un 11 de julio. Dos meses después Alemania invade Polonia y el joven crítico queda varado en Argentina hasta 1945. En ese transcurrir de Caillois por las calles de Buenos Aires, un hombre ya bien pasados sus cincuenta años, nacido en 1886 en el poblado de Confleti en la provincia de Catanzo (Italia), publica por vez primera —y en una edición de autor— su texto Voces cuyos volúmenes terminaron arrumbándose en la sede del grupo Impulso, que aconseja donar los ejemplares a bibliotecas populares.


3. Según Guillermo Saccomano, Porchia pertenece a esa raza de escritores italianos incorporados a la literatura argentina como Atilio Dabini, Siria Poletti, Roberto Raschella o Antonio Dal Masetto. La cercanía de Porchia a esa italianidad boquense a través de su contacto con Impulso —y con los artistas que lo frecuentan— redobla su valencia de autor italiano empapado de la mística bohemia de la República de la Boca. Todo un imaginario mayormente plástico parece enmarcar la literatura epigramática de Porchia. Los nombres peninsulares que resuenan son: Lacamera, Soldi, Quinquela, Victorica, Menghi.

4. Se ha hablado de la obra de Porchia en términos de sabia escritura breve, cargada de elipsis y sospechosa simplicidad, de una renuncia casi zen del yo, pero acaso se trate de una suma ejemplar de aporías, es decir de formas breves hartos paradojales cuya dificultad (existencial) —en su carácter de reflexión verbal— es, en muchos casos, insalvable. Porchia además (hay que resaltarlo) odiaba la palabra aforismos. Caillois le cuenta a Roberto Juarroz, el padre de la poesía vertical, cómo se topó con el arte de Porchia: “Hallé la obra de Porchia en Buenos Aires cuando revisaba los libros que nos enviaban los autores para comentarios en Sur. Claro, mandaban tantos que yo los revisaba superficialmente para seleccionar aquellos que merecían comentarios. De súbito veo un libro humilde, y no sé qué fuerza hace que me detenga y comience a examinarlo. No lo quería creer, y no pude detenerme hasta terminar de leerlo”

5. ¿Por qué llamarlo Voces? Porchia mismo dice que es difícil decirlo ya que todo se escucha y se escucha de todo, pero aclara “mi libro es una biografía puesto que no son anécdotas ni historias lo que expresan las voces sino lo que se extrae de la experiencia y su incomunicabilidad”. Caillois traduce (vuelve comunicable) a Porchia y prepara una versión que aparecerá en 1948 en Gallimard, edición que muy pronto llama la atención del surrealista André Breton y del cosmopolita Henry Miller. Porchia se vuelve entonces un fenómeno de excentricidad muy cara, ya no a los cenáculos literarios, sino más a sus lectores y sus seguidores que luego de su nomadismo porteño por las barriadas de Barracas, La Boca, San Telmo y Saavedra anidará primero en San Isidro para luego erigirle una capilla laica y secular en su mítico domicilio de la calle Malaver en Olivos.

6. La historia de las ediciones de Voces es también el derrotero milagroso de cómo un breve libro hace camino: la primera edición con sello de Impulso Asociación de Artes y Letras de 1948 y que hoy evocamos; la selección de editorial Sudamericana del 1956 (con el agregado de nuevas voces reeditadas en continuidad hasta 1974); las ediciones de Francisco Colombo de 1964 y 1965; la selección belga de 1962 bajo la antología conocida como Poésie vivante; la versión alemana de finales del 1962; la selección francesa de 1964 aparecida en la Nouvelle Revue Française; la selección de Voces de 1966 que la editorial Hachette agota rápidamente y que reitera en 1970 y en 1974, con posterioridad a la muerte de Porchia el 9 de noviembre de 1968; la versión de Chicago traducida nada menos que por William Stanley Merwin en 1969; la edición de Hachette Buenos Aires de 1974 y, por supuesto, la edición francesa de 1979 con el demorado prólogo (que acaso fue dictado por teléfono) a cargo de Jorge Luis Borges: “Los aforismos de este volumen van mucho más allá del texto escrito; no son un final sino un comienzo. No buscan producir un efecto. Podemos sospechar que el autor los escribió para sí mismo y no supo que trazaba para los otros la imagen de un hombre solitario, lúcido y consciente del singular misterio de cada instante”. Luego —en nuestra más cercana contemporaneidad— habrá que esperar las bellas ediciones de Valencia y de México de 1992 y de 1999, la edición cordobesa de Alción y, una vez más, las ediciones de Voix, ilustradas, que en 2013 volvieron a aparecer en Francia donde la historia cobró universalismo.

7. ¿Qué es Voces? ¿Qué significa hoy Voces, este libro fraguado en Impulso y hoy recuperado en un corto evocador a cargo de Eduardo Alvelo? Voces es una colección de epigramas, una suerte de nueva italoargenta Antología Palatina, que actualiza la escritura breve, repleta de esas argucias metafísicas con que desde la lírica arcaica hasta el helenismo se expresaron nada menos que Arquílico, Anacreonte, Asclepíades, Simónides y Calímaco. El epigrama —lo sabemos— desciende del epitafio, y, Porchia embebe su tradición antigua en la raíz griega, pasándola acaso por el tamiz de cierto escepticismo latino que hace de la condición humana un preciso ejercicio de metacognición. El antiguo epigrama era un texto grabado sobre una superficie dura: arcilla, piedra, bronce; Porchia fue carpintero, trabajador en el puerto, armador de cesterías y colaborador de la publicación de izquierda La Fragua, que incorpora tendencias anarquistas y socialistas, además de su militancia en FORA (Federación Obrera Regional Argentina) Hay algo de inscripción funeraria en sus epigramas; algo del tallado preciso de la palabra; algo de la estela que queda impresa como grafema imborrable. La economía verbal y el tono sentencioso son de naturaleza gnómica y de gran fuerza psicagógica. La poesía, para llegar a ese grado tenaz de constricción, debe asumir el carácter de sagacidad de su escrito: su carácter testamentario (como diría Derrida), pero también la fuerza de un mensaje lanzado hacia el futuro.

8. Caillois encontró a Porchia para que nosotros sigamos multiplicando sus Voces. Aunque reconocemos en Porchia mucho del pensamiento sintético del rumano Cioran detrás de Porchia hay otro “precursor velado”: el alemán Philipp Batz — más conocido como Philipp Mainländer— quien sostenía que Dios existió como principio totalizador y unidad primordial, hasta que estalló en mil pedazos. Voces entrega —en contadas dosis— esa sabiduría nada farragosa de un Todo discursivo que en Porchia eligió expresarse bajo la forma ejemplar del fragmento: Todo juguete tiene derecho a romperse.-

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