» EL INTERRUMPIDO SUENO DE UN PROCER»

A continuacion reproducimos el articulo escrito por el Arq. Eduardo.J.Bucich, Ex Alummno de la Escuela Pedro de Mendoza, que fuera publicado en el periodico «Ejemplar Boquense» y que el mismo Bucich presentara al publico durante la exposicion » De La Boca, Un Pueblo» en junio pasado.

Dada su importancia lo ponemos al alcance del lector para su debate y reflexion

EL INTERRUMPIDO SUEÑO DE UN PROCER

Son varios los posibles títulos para este relato. Seleccionar uno es subrayar la motivación, en este caso la interrupción de un sueño lamentablemente diezmado y nominar al protagonista como prócer, que es también homenajear a los que no ganaron una batalla ó lograron gobernar un país, sino simplemente el fijarse como premisa, el querer devolver a la vida, a su terruño, todo aquello que desde la orfandad y la humildad fue laboriosa y magníficamente gestándose.
No viene a mi memoria ningún artista -pintor era el prócer- universal o local, que procreara tamaña cantidad de obras destinadas al mejoramiento de la sociedad que lo cobijó desde su niñez, dirigida principalmente a los chicos y a la formación del hombre. Fueron desarrollándose uno a uno, el Jardín de Infantes, el Lactarium, la Escuela de Artes Gráficas, el Museo al Aire Libre (Caminito), y dejo en ésta lista, para el final, la Escuela Primaria, el Museo de Bellas Artes (argentino y figurativo) y el Teatro, o sea, un conjunto de obras interconectadas para que funcionara como un Centro Cultural.
Tuve en suerte ser alumno de esa escuela, a la cual llegaba jugando con el equilibrio sobre una vía del desvío del ferrocarril, -traza donde años después se asentara Caminito- hasta la Plazoleta de los Suspiros. Era una escuela maravillosa. Recuerdo sus grandes espacios, sobre todo el patio. Los primeros grados estaban en planta baja, pero mucho recuerdo sus murales. En todos los salones y las aulas había uno. Pasar de grado era también pasar de mural. Cubrían desde el pizarrón hasta el techo y de pared a pared, y sin querer se iba estableciendo día a día, un dialogo con esos personajes que generalmente ensalzaban el trabajo, esos barcos de banderas extrañas con destinos desconocidos o un imaginativo fondo de ciudad humeante y creciente. Pero además enseñaba, me dí cuenta mucho después, a tutearse, a convivir con el arte.
No solamente me acompañó la fortuna yendo a esa escuela, sino también la gran amistad de mi padre con el pintor, cuyo taller-vivienda estaba sobre la Escuela y el Museo. Eso hacía extender mi calidad de alumno a la de una especie de mandadero ‘che pibe’ en sus comunicaciones. Iba y venía con cosas de ellos y el personaje se iba transformando en una especie de tío, lejos estaba el prócer en mi inocencia infantil.
Transcurrieron los años, fui creciendo y a su vez admirando a ese hombre, no sólo por su calidad artística, sino también por su capacidad de adaptar su éxito al logro de objetivos para mejorar la educación y la cultura de su barrio y por ende de su ciudad. En lo personal conocí actos donde su bonomia y su meditada filantropía destacaba una personalidad abierta, con conceptos muy firmes y muy generosa cuando era necesario.
Con el tiempo, terminando casi mis estudios de arquitectura, mi padre al informarle de este acontecer, recibe la orden de que le ‘mande al pibe’. Allá voy ahora sin paquetes, pero con mi diploma bajo el brazo, y casi a boca de jarro y flameando su espátula por los aires, me espetó: ‘mirá pibe’, te voy a dar un consejo, no te olvides del color, porque ustedes, los arquitectos, ‘son una manga de grises’.- Y si uno analiza las obras de arquitectura de aquellos años, (comienzos de los 70) tenía razón. Y después agregó: ‘ya vamos a hacer algo juntos, en cuanto se finalice esta obra, (el Teatro, que se levantaba en el lote vecino a la Escuela-Museo), que me esta volviendo loco, pero es importantísima’. Y también tenía razón, los constantes problemas constructivos y las inundaciones que sufrió la obra terminaron enfermándolo y paulatinamente minando sus fuerzas.
La idea de la unidad de la trilogía, Escuela, Museo y Teatro, era como él decía ‘importantísima’. El funcionamiento de un Centro Cultural, era el último sueño del pintor, prueba de ello son las puertas clausuradas del Teatro al Museo, y la comunicación de la Escuela con el Teatro. La denominación de Escuela Museo confirma el concepto, -el desconocimiento público de la Escuela de los Murales es casi total-. La ubicación de la Dirección de la Escuela, un poco apartada del funcionamiento de la misma y frente a las escaleras de acceso al Museo en el hall de entrada, reafirman la idea de la unidad del conjunto.
Actualmente cada uno de estos entes funcionan independientemente, como compartimentos estancos, unidos únicamente por lo físico, pero es justamente esa unidad arquitectónica, la que los creó. Sólo complejidades administrativas y algún interés subyacente impiden su tratamiento como un complejo único e interrelacionado, donde la Escuela pueda realizar sus actos centrales en el Teatro, donde el público tenga en ciertos horarios visitas guiadas a la Escuela-Museo y pueda conocer los impactantes y pedagógicos murales, donde el Museo pueda convocar a seminarios o manifestaciones de arte en el Teatro, donde el Teatro sea una puerta más a la comunidad y al Museo y donde la Escuela se nutra del Museo.
No sé si Educación debe contratar a alguien de Cultura, o si de Cultura a Educación, o si …, si sé que el espíritu de las cosas debe triunfar sobre las inconveniencias del status quo y la desidia. Y sobre todo que permitan conciliar y no interrumpir el sueño de don Benito Quinquela Martin. ARQ. EDUARDO J. BUCICH, Ex Alummno Escuela Don Pedro de Mnedoza

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