«LA ESCUELA DE ARTE DE LA BOCA EN SUR CAPITALINO»

SEMINO

A continuacion reproducimos la nota de Armando Vidal en la edicion de Julio de «Sur Capitalino» a raiz del libro de Carlos Semino «La Escuela de Arte de La Boca»

Pronto, ojalá, la ciudad de Buenos Aires sacudirá su ingratitud y olvido para

concretar en un solo acto la muestra permanente de más de cien obras de los grandes pintores de La Escuela de Arte de La Boca.

Será entonces, sólo entonces, reparado en toda la dimensión posible el daño causado por los apóstatas del apartheid local que primero aplastaron indígenas, luego no ahorraron sangre de gauchos y después, despreciaron a los inmigrantes pobres y hambrientos.

La Ley de Residencia de 1902 y la llamada Ley de Defensa Social de ocho años más tarde son parte de un entramado legal surgido en un tiempo de orden impuesto a los tiros contra manifestaciones obreras.

Pero La Boca y su pueblo, como en una isla, resistieron y crecieron en identidad a medida que sus creadores fueron transfigurando en arte el desagarro por lo perdido en ultramar con el calor de la nueva tierra, bellas obras llenas de vida y ausencias.

El primer paso para esa reparación está dado con la reciente edición, por parte de la Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico, de la colosal obra de Carlos Semino, poeta de alma y corazón, contador público por
obligación de trabajo y coleccionista por amor a lo que tanto defiende.

Un orgullo nacido y modelado en La Boca, su patria eterna de raíz italiana. Alto, elegante y fino como cuando pintaba para crack jugando al fútbol en Casa Amarilla; educado y fiel como cuando de chico junto a sus amigos esperaba a los jugadores de Boca a la salida del partido y los acompañaba – llevando el bolso de alguno de ellos- hasta la parada
del colectivo en Almte. Brown.

O cuando, pintón siempre, explicaba el mérito de esos pinceles en largas
charlas de café en el llamado Grupo Roma, formado por destacados hijos
de los conventillos reencontrados en el refugio de la memoria compartida.

No todos los pintores boquenses integran la lista de los distinguidos por Semino, cuyas obras desentraña e ilustra. Sus elegidos son diez:

Alfredo Lazzari, Eugenio Daneri,Miguel Carlos Victorica, Fortunado Lacámera, Benito Quinquela Martín, Víctor Cúnsolo, José Desiderio Rosso, Miguel Diomede, José Luis Menghi y Jerónimo Marcos Tiglio.

El destacado historiador de arte y cultura, Jorge Emilio Burucúa, dice en el ilustrativo prólogo del libro, que Semino se sitúa en la vida social, política y cultural de La Boca para realizar desde allí “un examen pocas veces emprendido con tal sistematicidad, versación histórica y sensibilidad estética”:

Salvo Rafael Squirru, siempre ponderado por él, podría decirse que Semino la emprende contra todos, con la camiseta puesta y la bronca en las manos. Sean ellos, el entonces diputado Miguel Cané –cuyo amigo, dicho sea de paso,
Roque Sáenz Peña, terminaría dando un vuelco a la historia en 1910 con sus acuerdos con Hipólito Yrigoyen- o el también político y escritor Eugenio Cambaceres (el que vivía en la residencia donde hoy funciona la Escuela República del Líbano, en Barracas).

A los que el propio Semino suma a políticos de la misma estirpe como
Eduardo Wilde, y José María Ramos Mejía. Para Carlos, todos ellos son
producto -cercanos o lejanos- de la “semilla de malestar cultural que
sembró la Generación del 80 hacia toda expresión o manifestación del
espíritu inmigrante”.

Es hora, en conclusión, de poner las cosas en su lugar y se reconozca
el gran aporte de la Escuela de Arte de La Boca.

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