Falleció Rómulo Macció (1931-2016), un pintor inmenso, un grande de verdad, de esos que solo podían pintar porque amaban, respetaban y desafiaban a la pintura, sin recurrir a trucos fáciles. Lo suyo era la pintura por la pintura misma.
La obra de Macció es patrimonio, parte de nuestra historia y nuestra identidad. Nos hace y completa, especialmente a los artistas argentinos. Fue, es y seguirá siendo un fuerte referente.
Cuando alguien menciona a Macció se lo asocia inmediatamente como integrante del grupo de pintores de la Nueva Figuración o Neofiguración, junto a Luis Felipe “Yuyo” Noé, Jorge de la Vega y Ernesto Deira. Se trató de un grupo histórico, que rompió con el lenguaje tradicional de la pintura existente en la Argentina debido a su potencia expresiva, a su desdibujamiento de los límites del marco, a encontrarse a medio camino entre la abstracción y la figuración. En el caso de las pinturas de Macció de esta época, eran prácticamente violentas, potentes, muy gestuales y con las formas totalmente distorsionadas. Más tarde entraría en una figuración precisa y de clima extraño, raro, basado en Nueva York y en el Río de la Plata: supo ver en las ciudades, en el paisaje urbano, lo que nosotros no veíamos. Y luego, recientemente, en una síntesis casi extrema y una paleta inesperada.
Siempre de escala gigante, Macció era un rebelde. Sus respuestas cuando se lo entrevistaba eran imprevisibles. Eso le divertía.
Ganador del Premio De Ridder (1959), salido del Di Tella, ganador del Kónex, el artista realizó innumerables muestras nacionales e internacionales.